Alicia San Martín
Psicóloga. Intervención con personas inmigrantes. Argentina  

La migración, la decisión de vivir en un país diferente al de origen, modifica el medio social, el medio familiar y al propio sujeto. El inmigrante tiene la necesidad de construir una nueva cotidianeidad en un entorno que le es desconocido, lo que inevitablemente convoca a trabajar a su estructura subjetiva.

En el país de origen el sujeto conforma su subjetividad en una relación dialéctica con un Otro, en sentido amplio (padres, sociedad, etc.) que conforman la realidad en la que se desarrolla el sujeto y que le devuelve una imagen en la que se reconoce.

En el país de acogida se encuentra con la necesidad de reconstruir este Otro, interlocutor de su discurso.

La separación de su entorno y de sus vínculos afectivos somete al sujeto a un proceso de duelo como mecanismo para afrontar las pérdidas sufridas.

El inmigrante vive un duelo por los afectos que ha dejado atrás y también por
su status social y familiar.

Se trata de un duelo que no tiene una elaboración definitiva sino que se reactiva en distintas situaciones evolutivas o circunstancias de la vida. Por sus propias características es un duelo recurrente que se repite cíclicamente.

Los inmigrantes al llegar, en el desconocimiento de la nueva sociedad, constituyen un sujeto para “nadie”, lo que inevitablemente conmueve su estructura psíquica, al interpelar sus ideales y someter al yo a las exigencias de la realidad.

A su vez, sus ideales se ven requeridos tanto por la posible confrontación con los valores sociales de la nueva cultura como por la conmoción más intima de no tener un Otro que lo reconozca.

Lo antedicho no significa pensar la inmigración como un desencadenante de patologías sino que intenta explicar que el proceso migratorio conlleva inevitablemente para el sujeto una crisis a tramitar.

El proceso migratorio implica el desafío de la integración: construir una nueva red social: encontrar trabajo, hacer nuevos amigos, conocer una cultura nueva, son situaciones en las que pueden surgir sentimientos de temor a lo desconocido y también de resistencia a perder la propia identidad cultural.

La integración es un proceso, dinámico y cambiante a lo largo del tiempo.

Aspectos que favorecen una mejor acomodación psicosocial son: la documentación, las redes sociales, la inserción laboral.

La diferencia cultural entre la sociedad de origen y la sociedad de acogida es una variable primordial que influye en las dificultades de integración.

El proceso del pasaje de un país a otro y de una forma cultural a otra diferente implica un gran esfuerzo psicológico y somete a tensión no solo a los individuos particulares sino también a los sistemas conyugales y familiares dentro de los cuales los diferentes roles se ven sometidos a cambios, muchas veces drásticos.

Los niños o adolescentes que emigran con sus familiares o la llamada segunda generación, tienen en común que no son ellos quienes han tomado la decisión de emigrar. No son responsables del acto de emigrar pero están sometidos a sus cambios y consecuencias.

Los padres suelen ser cuestionados en su decisión, lo que suele desencadenar diferentes conflictos.

Las dificultades entre las distintas generaciones de la familia se agudizan en los casos en que los hijos han estado separados de sus padres por las reagrupaciones tardías.

En los procesos migratorios actuales, son generalmente las parejas o mujeres cabeza de familia quienes llegan primero a España, dejando a sus hijos en su país al cuidado de otras personas. Pasa mucho tiempo, incluso años hasta que se reencuentran nuevamente. Estos niños han sufrido la separación de sus padres, y han debido acomodarse a otros referentes adultos que se han constituido en su hogar en el país de origen.

Al momento de la reagrupación familiar se enfrentan a una nueva separación, de su entorno y de los que han sustituido en ese tiempo a las figuras parentales; deben adaptarse a la nueva sociedad y también volver a convivir con sus padres quienes en ocasiones llegan a resultarles casi desconocidos.

Habitualmente, los padres viven con mucha culpabilidad y contradicción este proceso. Han decidido emigrar para brindar un futuro mejor a sus hijos pero se encuentran en la encrucijada de no poder tenerlos consigo en los tiempos planificados, sintiendo que los han abandonado.

Ante estas separaciones o pérdidas afectivas surge normalmente un proceso de duelo, por lo que estos niños están sometidos a tramitar un primer duelo, por la separación de sus progenitores y, al menos otro, por la separación de sus cuidadores y de su entorno social.

En los casos de hijos adolescentes se suma a la problemática de la reagrupación familiar los conflictos específicos de esta edad. Sobre la base del desencuentro por el tiempo vivido separados, se montan los enfrentamientos intergeneracionales.

En esta etapa evolutiva el adolescente confronta sus ideales con los de los adultos, se rebela a las figuras parentales en un intento de diferenciación y reafirmación. Es una confrontación necesaria de pasaje a la vida adulta, que posibilita la salida exogámica. Es de esperar en el desarrollo evolutivo normal que los adolescentes se apoyen en grupos exogámicos con los que se identifican, tanto en rasgos observables como su modo de vestir, de hablar, etc. como también en su
identidad sexual y en sus valores sociales y morales, para afrontar la pérdida
de los afectos e identidad infantil.

En condiciones óptimas la figura de los padres actúa dando contención en este proceso de salida exogámica y de nuevas identificaciones.

En los casos de reagrupación familiar, padres e hijos deben afrontar este proceso de “individuación” del hijo adolescente al mismo tiempo que están en proceso de “re-conocerse”.

Para estos adolescentes, sus padres, con quienes conviven actualmente han estado ausentes y en ocasiones no funcionan como sus referentes adultos; el entorno les es extraño y los señala a ellos mismos como extraños, ofreciéndoles una imagen estigmatizada del “inmigrante”; por lo que muchas veces, en esta búsqueda de grupos con los que identificarse quedan expuesto a conductas de riesgo o a refugiarse en pandillas o en la calle. A su vez, el imaginario social relativo a la inmigración imperante en la sociedad de acogida y la institución escolar actuarán como factores de protección o de vulnerabilidad a la marginalización social y a un desarrollo más conflictivo de esta etapa evolutiva.

En nuestra práctica, estos casos nos presentan una doble dificultad, los conflictos característicos de la adolescencia y la problemática inherente al proceso migratorio; crisis, ambas, a tramitar por el sujeto.